9 de septiembre
¿Cómo se ve la mano de Dios?
Para cinco marineros cansados parecía a la imagen de arriba. (El pin hacia el borde superior de la imagen [boat broke down] representa el punto donde dejó de funcionar el bote inicialmente. La línea negra comienza donde yo encendí el sistema de localización GPS y luego sigue el rastro de nuestro bote mientras éste navega a la deriva, a merced del viento y el mar).
Llevábamos cerca de una hora en un viaje en bote de seis horas cuando, en medio de mares y vientos agitados, el motor de nuestro bote, recientemente reparado, dejó de funcionar. Al inspeccionar la zona comenzamos a darnos cuenta de la situación difícil en que nos hallábamos. A nuestra izquierda estaba la playa, aproximadamente a 2.4 km de distancia, pero era un gran trayecto para navegar, y sin un motor estaríamos a merced de las intensas olas. A nuestra derecha estaba el mar abierto, hasta donde alcanzaba nuestra vista no había nada.
Si el bote solamente hubiera decidido no funcionar un par de millas más, estaríamos justo al lado de una isla que ofrecía refugio de los vientos y las olas que eran grandes y algunas golpeaban los costados de la embarcación. ¿Por qué no se detuvo el bote allí? ¿Por qué Dios no calmó el mar para que tuviéramos algunas opciones aquí? Ahora teníamos tres pasajeros muy mareados y un segundo de a bordo muy nervioso (yo).
Empecé a orar con mucho fervor y a recordarle frecuentemente a Dios nuestra situación. James, nuestro capitán y hermano en Cristo, había venido a la ciudad para reunirse con nosotros y ayudar a conducir el bote de vuelta a casa. Acabábamos de emprender nuestro viaje de regreso a Manam con una nueva pareja interna que con entusiasmo se había ofrecido voluntariamente a venir a ayudar con la limpieza después de la erupción. Ahora parecía haber una falta de entusiasmo mientras Katie yacía en el agua sucia del piso de la embarcación, haciendo todo lo posible para no vomitar, mientras Jacob se mecía sobre el borde de la embarcación, preguntándose por qué su cuerpo no se daba cuenta que ya no tenía nada más para vomitar. Christine se sentó en la parte trasera, cerca de mí, haciendo un poco de ambos, con la bonificación adicional de una diarrea severa e incontrolable cada vez que vomitaba. Lo único que James y yo podíamos hacer era mirar con simpatía y tratar de ofrecer palabras de ayuda y aliento. Todo el tiempo preguntándonos en qué momento tendríamos que hacer el llamado de abandonar la nave y nadar en busca de seguridad.
Frenéticamente estuvimos haciendo llamadas telefónicas, tratando de encontrar a alguien que supiera de una persona que tuviera un bote para que viniera a rescatarnos. Mientras pasábamos las coordenadas de nuestro GPS a nuestro centro de misiones local, informándoles de nuestra situación y preparándoles para que condujeran en nuestra dirección y nos recogieran por si terminábamos varados en la playa, también comenzamos a darnos cuenta que nuestro bote estaba navegando a la deriva en una dirección extraña; extraña no de “inusual” sino de “¡no puede ser!”. Rápidamente encendí el sistema de localización y comenzamos a revisar las coordenadas del GPS cada pocos minutos, y para sorpresa nuestra, el bote se dirigía en una dirección extraña. Se estaba devolviendo hacia aquélla isla, y no solo hacia la isla sino hacia el área protegida, directamente detrás de la isla. Allí parecía haber una casa o algún tipo de estructura. Tratamos de adivinar, con base en el mapa, dónde estábamos para transmitir la información a nuestro vehículo de rescate. Mientras tanto, la empresa que había reparado recientemente nuestro bote se estaba preparando para enviar un par de mecánicos en bote para ayudarnos, pero estamos en PNG, y aquí el tiempo es relativo, ¿cuándo llegarían aquí realmente?
Bueno, después de tres kilómetros y casi dos horas a la deriva habíamos entrado en aguas calmadas y estábamos lo suficientemente cerca para ver exactamente hacia dónde nos dirigíamos. Lo que vimos a continuación fue extraño, casi extrañamente cómico, en el sentido de “¡no puede ser!” Justo allí, en nuestro camino, no solo estaban las aguas tranquilas y protegidas y la antigua estación misionera bullendo con la vida de la aldea, sino un muelle; sí, dije un muelle. Mientras usábamos nuestro remo para maniobrar junto al muelle, nuestro vehículo de la misión llegó muy cerca del muelle para ayudar a descargar a unos pasajeros muy verdes. Unos minutos después de haber amarrado el bote, aparecieron nuestros mecánicos. ¿Quién de nosotros podría haber organizado tan perfectamente estos eventos? Aunque Dios podría haber calmado el mar y los vientos…
Jeremías 51:15-16: “Él es el que hizo la tierra con su poder, el que afirmó el mundo con su sabiduría, y extendió los cielos con su inteligencia. A su voz se producen tumultos de aguas en los cielos, y hace subir las nubes de lo último de la tierra; él hace relámpagos con la lluvia, y saca el viento de sus depósitos”.
En su lugar, Él proveyó el refugio que solo Él podía dar y que era mucho más de lo que podríamos haber esperado o imaginado.
Salmo 46:1-3: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza. Selah”.