Una cima montañosa sin grandeza
Casuchas destartaladas de lata se apretujaban unas a otras a lo largo de carriles de tierra llenos de baches por toda la ladera de la montaña —si uno puede llamarlas montañas. Una montaña habla de grandeza y estabilidad, pero las “montañas” de este vecindario fueron edificadas con la basura de los más afortunados.
La estabilidad faltaba en esta región pobre de México, donde muchas familias luchaban para satisfacer sus necesidades básicas. Dichas luchas eran agravadas por el tráfico de drogas que hacía estragos en las vidas que invadía. Eran pocos los que no eran afectados.
Dentro de una de esas pequeñas chozas de lata de esta comunidad, estaba sentada una mujer joven. La lluvia golpeteaba el techo de lata encima de ella, pero los sonidos se perdían en ella. Las gotas se filtraban a través de varias grietas del techo y caían al suelo junto a ella; pero pasaban desapercibidas; su mente estaba en otra parte.
Sentada en medio de la habitación con sus ojos cerrados, Amelia Orrostieta pensaba en su infancia. Mientras su padre entraba y salía de sus vidas debido a decisiones lamentables que lo llevaban a prisión una y otra vez, su madre trabajaba largas horas, haciendo malabarismos con varios trabajos a la vez para proveer para Amelia y sus dos hermanos menores.
La vida no siempre fue fácil, pero a pesar de los infortunios había muchos buenos recuerdos.
Las lágrimas brotaban de los ojos de Amelia mientras meditaba en la fidelidad de Dios no sólo en su vida, sino en la de sus hermanos menores. Fue en esta montaña insignificante que una y otra vez Dios había demostrado Su fidelidad y grandeza.
Pero ella no siempre había entendido eso.
Una invitación a la esperanza
Una invitación “casual” llevó a Amelia, de catorce años de edad, a un campamento juvenil de tres días. No fue el mensaje lo que primero llamó su atención; fue ver a Dios en las vidas de los jóvenes que encontró lo que despertó la esperanza en su alma dolorida. Había algo diferente en ellos, y sea lo que fuera que tenían, Amelia lo quería; ella se sentó y escuchó.
Hablaron de un Dios que la amaba como persona y había pagado el precio por sus pecados. Esto era muy distinto a su idea de un dios distante que le exigía buenas obras.
“En ese momento”, recuerda Amelia, “supe que quería y necesitaba recibir el amor de Dios. …Confesé que necesitaba el perdón de Dios por mis pecados y confié en Su mensaje de salvación”.
Pero su nueva vida interior no podía quedar sin manifestarse en el exterior.
Apenas unos meses después de que Amelia se hubiera levantado y confesado a Jesucristo como Salvador, una enfermedad repentina se llevó prematuramente a la madre de Amelia del lado de sus hijos; se enfermó un día y murió al siguiente.
Amelia se hallaba huérfana de madre, prácticamente sin padre, y con dos hermanos menores para criar. Pero ella sabía que Dios era fiel. “Llevé todos mis problemas a Dios en oración”, comentó Amelia, “y Él me llenó de Su paz”.
Fue entonces que Dios trajo al padre de Amelia de nuevo a sus vidas. Aunque él tenía muchos problemas personales, Dios lo iba a usar para llevar a Amelia exactamente a donde ella necesitaba estar.
Amelia cuenta cómo su padre les llevó a un barrio diferente. Una vez allí, “yo seguí asistiendo a la misma iglesia, pero quedaba retirada”, informa Amelia. “Mi padre no quería que me fuera tan lejos… entonces me llevó a buscar una iglesia en el nuevo vecindario”.
Él era uno de esos hombres que no quiere poner un pie dentro de una iglesia evangélica. Y la ayudó a encontrar una; una iglesia evangélica, con vocación misionera que inició el misionero estadounidense Rick Johnson.
Era la iglesia que Dios iba a utilizar para cambiar la vida de Amelia.
Los planes de Dios son más grandes de lo que podemos imaginar
El tiempo pasó, Amelia siguió creciendo en las cosas del Señor, y su iglesia seguía centrada en las misiones.
“Rick Johnson amaba las misiones”, relata Amelia. “Él nos mostraba videos como ¡Ee-taow! y nos revelaba muchos aspectos de la vida misionera”. Su pasión por las misiones calaba en las fibras más profundas de la joven iglesia.
Ellos escribían a misioneros y oraban por ellos. Iban a viajes misioneros dentro y fuera de México con Rick y su esposa Eunie. Cuando veían necesidades en el campo misionero, esta iglesia que se estaba abriendo paso en un barrio pobre de México reunía dinero para satisfacer dichas necesidades. Vivían y respiraban misiones. Fueron estos hombres y mujeres los que guiaban y enseñaban a la joven Amelia y a sus hermanos.
Y después Dios mismo inculcó las misiones en el corazón de esta joven mujer.
“Me dirigía del trabajo a la casa”, recuerda Amelia. “Iba hablando con Dios; no fue una voz audible, pero me pareció oír a Dios diciéndome que quería que yo fuera misionera. Entonces le pregunté: ‘Dios, ¿quieres que sea misionera?’”.
Amelia sabía en su corazón que la respuesta era sí. Aún así, recordó un principio del Antiguo Testamento que dice que aunque los hijos hagan promesas a Dios, su padre terrenal puede decir sí o no; ella quería la aprobación de su padre.
“Dios, si Tú quieres, te serviré. Pero si quieres que te sirva, tendrás que abrir el corazón de mi padre” admite Amelia que dijo, “pero nunca pensé que mi padre me dejaría ir”.
Entonces llegó la respuesta inesperada. Él dijo: “Sí”.
¿Ahora qué? Ella no tenía idea de cómo convertirse en misionera. Sus pensamientos eran algo así como: “Conseguiré mi maleta, empacaré unas cosas junto con mi Biblia y me iré”.
Lo desconocido sobrepasaba a lo conocido. Pero, por fe, Amelia le dijo “¡sí!” a Dios. Le dijo “sí” a una magnitud de incógnitas, confiada en que El gran conocido en su vida, su Padre celestial, tenía el control.
Pero no eran solamente ella y su padre los que tenían que decir “sí”.
Reencuentro de Amelia con su padre
La iglesia de Amelia se involucra
“Sabía que mi iglesia debía involucrarse en esto, pero no entendía cómo ellos serían los únicos que me enviarían, apoyarían, orarían por mí y todo lo demás”, relata Amelia. Ella no estaba segura cómo se suponía que iba a funcionar todo esto; tampoco ellos. Eran creyentes bien cimentados, bien enseñados, y ya era una iglesia que tenía una pasión por misiones —pero nunca antes habían enviado a alguien.
“¿Qué significaba eso? ¿Qué implicaba que ella quisiera ser misionera? ¿Qué vamos a hacer? ¿Por dónde empezaremos? ¿En qué manera la vamos a ayudar a hacer eso?” le preguntaba el liderazgo de la iglesia al misionero Rick Johnson.
Y luego oraron.
Durante un año Amelia y el liderazgo de la iglesia oraron para que la voluntad de Dios fuera claramente conocida. Cuando el año se acercaba a su fin, el liderazgo le preguntó nuevamente a Amelia: “¿Estás segura de tu interés en misiones?”; su respuesta no había cambiado.
Rick investigó el costo para que Amelia recibiera preparación en el programa de capacitación misionera de NTM en Chihuahua, México —y luego presentó los resultados al liderazgo de la iglesia.
“Cuando nos volvimos a reunir”, comenta Rick, “pusimos todas las cifras sobre la mesa y algunos de ellos quedaron muy asombrados. Era algo enorme para ellos; era realmente gigantesco”.
“¡Esto implica mucho tiempo y un montón de dinero!”, repitió Antonio al concluir la reunión. “Es más de lo que tenemos. Para nosotros es imposible”.
Pero Antonio no estaba sugiriendo que se dieran por vencidos. A través de los años la iglesia había recibido la enseñanza de que la obra del Señor no depende de la economía. Entonces no importaba que fueran una iglesia con escasos recursos; solamente importaba que obedecieran. Y en ese momento, cuando estaban afrontando la dificultad financiera de apoyar a Amelia, este entendimiento los sostuvo firmes.
Antonio concluyó: “Debemos orar fervientemente y averiguar cómo podemos hacer esto”.
El liderazgo asintió; nunca dijeron: “Es demasiado, no podemos hacerlo”. Su reacción tenía más el sentido de: “¡Huy! ¿Cómo vamos a hacer eso?”.
Rick recuerda: “Ellos aún no estaban seguros en cuanto a cómo iban a hacerlo, pero estaban emocionados de ser parte de lo que Dios haría a través de Amelia”.
Y así comenzó el viaje. Un viaje que no se limitaba a Amelia, sino que se extendía a su iglesia local. Ella solicitó su ingreso a NTM en Chihuahua y recibió una carta de aceptación, pero justo cuando estaba a punto de comprar los boletos de avión, sucedió lo impensable.
Una puerta cerrada se convierte en un reductor de velocidad
El padre de Amelia volvió a caer en prisión. Y esto cambió todas las cosas.
Sin previo aviso, la joven Amelia de dieciocho años volvió a ser la guardiana de sus hermanos menores de 8 y 10 años de edad —y tenerlos con ella no era una opción.
Su iglesia local se propuso un esfuerzo valiente para hacer que eso funcionara, incluso ofreciéndose a tener a sus hermanos en sus hogares y familias para que ella pudiera ir. Pero cuando Amelia se comunicó con su padre, se hizo evidente que su consentimiento dependía de que ella tuviera a su hermano y a su hermana con ella. Y había sabiduría en mantener unida a la familia.
“Fue como si Dios estuviera haciendo un milagro después de otro”, recuerda Amelia. “Una puerta tras otra se estaba abriendo —y luego: ‘¡Bum!’, la puerta se cerró. …La parte hermosa es que realmente me sentía en paz. Sinceramente podía decir: ‘Bueno, Señor, Tú tienes el control. …Si abres la puerta o si la cierras para mí, estoy contenta con lo que Tú quieras’”.
Sin tener ninguna señal de que la puerta se fuera a reabrir, pero aún confiando en Dios, Amelia llegó a la iglesia temprano una noche. Sus hermanos no podían ir con ella al instituto bíblico, lo cual significaba que ella tampoco. El liderazgo de la iglesia tenía que saber esto.
Su pastor José Barboza con el misionero Rick Johnson
Ellos la recibieron en la puerta. “Qué bueno que llegaste temprano, Amelia, porque necesitamos hablar contigo”.
“Vine tempranos porque debo hablar con ustedes”, respondió Amelia; “pero hablen ustedes primero”.
Entonces se sentaron y el liderazgo explicó que habían discutido sus circunstancias inusuales con los directores del instituto bíblico, preguntándoles si podían hacer una excepción. La respuesta que habían recibido era: “Hemos orado al respecto. Díganle a Amelia que venga y traiga a sus hermanos”.
Amelia quedó sorprendida —y extrañamente sin palabras. Quedó boquiabierta, mirando al espacio, ajena a los hombres que le hacían preguntas. Estaba completamente sumida en la maravilla de lo que Dios había hecho por ella.
Nace un equipo
Después de cuatro años de capacitación con NTM, vino la tarea de formar un equipo. Finalmente, se estableció un equipo completamente mexicano: tres solteros —Amelia, Miguel y Gricelda— y una pareja de esposos entre la gente triqui de San Quintín en Baja California, México.
Miguel Ángel, Amelia y señoras indígenas tejiendo
Para entonces los hermanos de Amelia eran adolescentes, establecidos en la escuela y la vida, y Dios obró milagrosamente en los detalles para que pudieran seguir estudiando donde estaban. Dios estaba llevando a Amelia a misiones, y Él no había olvidado a sus dos hermanos menores.
Ahora su nueva vida como misionera comenzaba en serio. Pero había algunos baches en el camino que tenía por delante.
La lengua de la etnia triqui resultó ser un idioma tonal complicado. Para ponerlo en perspectiva, mientras que el tailandés y el chino se consideran difíciles de aprender debido a que cada uno tiene cinco tonos, este dialecto del triqui tiene ocho. No iba a ser un estudio rápido hacia la fluidez; pero ellos perseveraron.
Luego otro bache discordante; debido a circunstancias de la vida, la pareja de esposos debió abandonar la obra triqui. Podría haber sido un giro paralizante y devastador en el camino del equipo. Pero por fe, los tres misioneros solteros siguieron adelante.
Amelia continuó con la traducción de la Biblia. Miguel se hizo cargo de la traducción de las lecciones bíblicas fundamentales, preparando el camino para el día cuando comenzara la enseñanza. Y Gricelda trabajó duro en los folletos de alfabetización, reconociendo que los lectores de la lengua tribal son cruciales para una iglesia que madura y es “independiente de los misioneros”.
Eran un equipo unido.
Gricelda Villalba, a la izquierda, trabajando en los folletos de alfabetización con una mujer triqui
La gente triqui espera con expectación
“Al principio tenía mucho temor de traducir la Palabra de Dios”, comparte Amelia. “No quería arriesgarme a cambiar algo. …Pero ahora que estoy en el proceso de traducirla, es hermoso”.
Aun más hermoso para Amelia es “la disposición del pueblo triqui para recibir la Palabra de Dios. La razón por la que el Evangelio no ha sido compartido aquí es porque nosotros, los misioneros, no estamos listos; no tenemos listas las lecciones ni la traducción.
Pero la gente está lista. …Veo que Dios está preparándolos para recibir el Evangelio”.
El pastor de Amelia, José Barboza, lo resumió bien: “Podemos decir que es un proceso largo, pero en verdad el tiempo pasa muy rápido. Ahora los triquis están en el umbral para oír la Palabra de Dios en su propia lengua”.
¿De qué bendiciones nos estamos perdiendo?
¿Qué tal que Amelia no le hubiera dicho sí a Dios y a las misiones? ¿Qué tal que su iglesia hubiera dicho que eran demasiado pobres para asumir semejante responsabilidad? ¿Y qué tal que el equipo a los triquis se hubiera entregado al desánimo? ¿Estarían los triquis “en el umbral”?
Por supuesto, Amelia no habría podido ver las cosas increíbles que Dios podía hacer a su favor. Su iglesia no habría visto a Dios multiplicar sus donativos sacrificiales para apoyarla a ella. Y el equipo misionero se habría perdido del enamoramiento con la gente triqui —y el futuro privilegio de compartir el Evangelio con ellos. Por supuesto, Dios habría encontrado otros vasos dispuestos —y alguien más habría cosechado las bendiciones.
Abajo: Viviendo y sirviendo entre la gente triqui de Baja California, México
¿Qué tal tú? ¿Hay algo en tu vida de lo que te estás perdiendo? Quizá estás sintiendo temor de lo desconocido. Tal vez te estás preguntando cómo un sí a Sus impulsos va a cambiar tu mundo.
O quizá sientes que Dios está pidiendo demasiado y no estás listo para bajar de la montaña. ¿Pero qué tal que la montaña en que estás parado, y que no quieres abandonar, realmente sólo sea una pila de basura, y allí, en el horizonte, haya algo verdaderamente maravilloso que Dios tiene para ti? Tu viaje, al igual que el de Amelia, comienza con un “Sí”.