Eran las 6:30 de la mañana del sábado y el sol apenas estaba empezando a elevarse por encima de las montañas del este. Los cielos despejados y una temperatura que ya marcaba los 29.4 grados, presagiaban que iba a ser otro día tropical húmedo. Me puse mis chancletas y descendí por el camino de grava que termina en la costa, ignorando mi bicicleta debido a unas piezas rotas y una llanta pinchada.
Cuarenta minutos después entré en el refugio y fui recibido por aquellos que ya estaban sentados en unos tablones. Después de platicar un poco y la llegada de los demás, nos sumimos en nuestro estudio de Romanos y terminamos las verdades del capítulo 3. Hubo un gran debate a lo largo de la lección y algunas aplicaciones sobre la marcha. Después de la oración final, miré hacia arriba y tuve la vista poco frecuente de un vehículo todoterreno dando tumbos en la carretera y dirigiéndose hacia nosotros.
Aquí es donde tengo que hacer una pausa en la historia e insertar una información de fondo. En los últimos meses, las mañanas de los sábados también se han convertido en mañanas de capuchino para mí y para Lori. Ella enciende el generador, prepara el café y pone la leche en polvo en nuestro pequeño espumador para tener un capuchino perfecto en la aldea. Es nuestro pequeño escape del mundo en que vivimos y algo que esperamos con ilusión. Yo sabía que si dejaba el pequeño grupo en ese momento, podría conseguir un aventón en la parte trasera de la camioneta y estar en casa en 10 minutos. Pero si no salía en ese momento, me vería obligado a realizar otra caminata de cuarenta minutos bajo temperaturas que habían aumentado otros 5 grados.
Regresando a la historia, vi la camioneta y en una fracción de segundo consideré todas mis opciones y mi mano agarró la bolsa y comencé a pararme. Pero al mismo tiempo mi otra mano agarró el banco aún más duro. En ese instante fue como si Dios me estuviera diciendo que no me fuera. Mientras dudaba preguntándome si era el Espíritu de Dios que estaba hablándome o si eran los efectos del calor tropical, la camioneta pasó retumbando y mis esperanzas de tener un viaje libre de sudor hasta la casa se desvanecieron.
Durante los próximos minutos me senté y escuché la charla que había alrededor de mí y me preguntaba por qué no había saltado en la camioneta. Entonces alguien me hizo una pregunta sobre la lección y comencé a repasar algunas de las verdades de Romanos. Esto condujo a hacer algunas preguntas respecto a algunas de las profecías de las Escrituras y luego a cierta discusión sobre algunas de las falsas enseñanzas que se han introducido encubiertamente en la tribu. Todas esas preguntas y conversaciones fueron buenas, pero eso sólo condujo a la pregunta final.
Una dama joven hizo una pregunta que no era tanto una pregunta, sino la punta de un iceberg con el que ella estaba luchando. “¿Cuál es el verdadero fruto del programa de alfabetización al que estoy asistiendo?” dijo ella. Sabiendo que ella ya conocía los objetivos y metas del programa de alfabetización, decidí incitarla a dar un poco más de información. Finalmente ella explicó que en las últimas dos semanas había estado recibiendo mucha presión para no terminar el curso de alfabetización. Algunas personas de la aldea se están acercando a ella y le están aconsejando que no siga asistiendo a las clases de alfabetización.
La meta número uno de nuestro programa de alfabetización es que la gente pueda leer y entender la Palabra de Dios por sí misma. Creemos que Satanás lo sabe y hará todo lo que pueda para evitarlo. Una vez más, la comunidad en que vivimos está intentando frustrar el ministerio en que estamos involucrados. De nuevo, la gente está hablando con los nuevos cristianos en un esfuerzo por alejarlos de la ayuda que necesitan para crecer en su andar con Dios.
Nos detuvimos inmediatamente y oramos por nuestra hermana en Cristo que tenía tantos deseos de terminar el curso de alfabetización, pero estaba siendo presionada por otros para no participar más. Oramos por fortaleza y paz para ella, y oramos por los que estaban diciéndole que “mejor no asistiera”.
Quisiéramos estar en una aldea donde los creyentes no fueran amenazados, y donde la asistencia a la iglesia para oír la verdad no fuera un motivo de burla, y donde aquellos que quisieran aprender a leer para poder leer la Palabra de Dios no fueran aconsejados para no hacerlo. Pero aquí es donde Dios nos ha traído para hacer Su obra. Aquí es donde tenemos la oportunidad de estar con hermanos y hermanas en Cristo para animarlos mientras todos los demás tratan de disuadirlos.
No mucho después de nuestro tiempo de oración partí hacia mi casa. Terminé consiguiendo mi capuchino; fue más tarde de lo que esperaba y el sudor corría por mi espalda mientras lo bebía, pero fue un capuchino muy bueno, y no sólo por el sabor.
Sé, sin embargo, que su lucha no ha terminado. Sé que seguirán “lanzando piedras” a los creyentes. ¿Orarás por ella en esta semana? ¿Orarás por los demás estudiantes de alfabetización en sus últimas seis semanas de clases? Solamente la mitad del grupo original aún sigue viniendo. ¿Orarás para que los cristianos de aquí permanezcan firmes y respondan bien? Y si esto te ayuda a recordar orar por ellos, ora cada vez que tengas un capuchino.
Aaron
Hecho –El resto de mi sábado lo pasé desarmando nuestro horno con el fin de rastrear el olor de descomposición en nuestra cocina. Después de tener las piezas esparcidas en un orden por todo el piso, hallé los culpables. Al parecer tres ratones decidieron construir una casa extravagante mediante la remoción y el re-acomodamiento del material de aislamiento en el costado del horno mientras estuvimos fuera de la tribu. Obviamente no tomaron una decisión sabia en cuanto al sitio y encontraron la muerte cuando las cosas se calentaron. Afortunadamente el olor se ha ido y el horno sigue funcionando después de armarlo de nuevo. Estoy ansioso por ver qué pasa el próximo sábado.
El capuchino de Lori tendría que esperar