Equipo para los menos alcanzados
Oct 6
Docenas de mortales lanzas de bambú, tan afiladas como cuchillas de afeitar, estaban montadas en tierra en ambas riberas, apuntando hacia nosotros mientras subíamos el río en nuestra canoa. Cortos palos-tótemes se alineaban en el río detrás de las lanzas. Cada busto tenía un arma, un rifle o una lanza de madera; algunos tenían planchas de hojalata como cascos. El bejuco extendido de una orilla del río a la otra había sido retirado y ahora teníamos permiso para regresar a la aldea. Habíamos vivido en esta aldea durante dos años. Aún así, el sentimiento de aprensión persistía. ¿Debíamos continuar?
Este sentimiento me hizo recordar el día en que llegamos a vivir con los cazadores de cabezas de la etnia da’an; yo tenía diecisiete años. Habíamos pasado estas mismas barreras, ajenos a la presencia de los guardias de madera armados en las riberas del río; la maleza de la selva los había ocultado. Mi padre, mi hermano menor y yo habíamos estado aquí antes, para inspeccionar el sitio y para transportar las cosas de la casa que necesitábamos. Mi madre y mi hermana iban a conocer a la gente da’an por primera vez.
El jefe de la aldea nos condujo a la casa donde íbamos a vivir. Cerdos y pollos correteaban bajo la vivienda mientras ascendíamos un tronco con escalones de casi dos metros que daba hasta el piso. El piso estaba hecho con tiras de bambú atadas con mimbre a vigas de jabí. El edificio era una “casa comunal” construida sobre grandes pilotes de jabí, que se extienden hasta un techo hecho con tejas de jabí. El edificio estaba dividido a lo largo en dos mitades, una de ellas era un largo porche, la otra era una hilera de habitaciones sencillas. Nuestra habitación sería la de la mitad de cinco.
De la vieja y alta casa comunal, la cual había tenido una gran longitud, solamente quedaba un apartamento en la aldea como muestra. La casa había sido quemada, casi todo el mundo había perdido sus posesiones. Nos dijeron que nuestro vecino fue el hombre que persiguió al “tonto perezoso” que había quemado la aldea; él había consumado la venganza final. Una pared delgada de corteza de árbol separaba nuestra morada de la suya.
Trasladamos nuestras pertenencias dentro. Estaba oscuro allí; había un humo negro. La cocina era una caja de arena en el rincón, con tres piedras que podían sostener una olla. Había leña ahumada sobre la caja de fuego. Podríamos vivir aquí hasta que pudiéramos construir nuestra propia casa. …cerca de un año después.
Un flujo creciente de visitantes venía a hablar, curiosear y hacer preguntas. La gente llenaba el porche del frente de nuestra vivienda.
Los niños nos miraban con ojos desorbitados; habían escuchado que podíamos comerlos.
Al caer la noche, un rítmico golpeteo de una hilera de gongs de cobre, incitaba los pies a moverse en bailes de artes marciales lentos con machetes oscilantes. Túnicas hechas con cuentas de colores adornaban a algunos danzantes. Mientras blandían sus machetes de lujo, había cabello humano colgando de los mangos de hueso.
Los aldeanos bebían en vasos de cubas llenas de vino de arroz. Se pidió a todos que bebieran o que al menos tocaran el vaso para apaciguar a los espíritus ancestrales. Algunos bebieron también de botellas de vidrio marcadas con “50 grados”.
Las voces de personas que hablaban en una lengua que no entendíamos se elevaban y decaían a lo largo de la noche. Ruidosos gongs de casi un metro de diámetro acentuaron la música hasta la madrugada. A pesar de estar agotados por dos largos días de viaje en el río, no dormimos mucho esa noche.
Ésa fue la aldea donde aprendí a aplicar en forma personal un versículo que había memorizado anteriormente:
Salmo 23:4: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”.
Confiar en Dios a veces fue una decisión lenta y deliberada. Él nos trajo aquí; Él nos guiará, proveerá y protegerá hasta que tenga algo mejor para nosotros.
¿Cómo presentaremos el Evangelio a esta gente? ¿Tienen ellos algún conocimiento del Dios Creador? ¿Ante quién se sienten responsables? ¿Tienen un concepto de pecado? ¿Qué se necesitará para cumplir nuestro objetivo?
Dos años después, mientras veíamos a la gente da’an presentando ofrendas de arroz a su ejército de madera que guarda el río, ya habíamos aprendido lo suficiente para entender algunas de las respuestas. Ellos ataban un gran bejuco de jabí de una orilla del río a la otra para advertir a los viajeros: “No pase”. Volvieron a cortar la maleza de la selva, actualizaron el armamento de su ejército de madera y pusieron ofrendas de comida sobre ellos mientras decían encantamientos especiales.
En la aldea, ofrecieron sacrificios animales de pollos y cerdos para apaciguar a los espíritus y recogieron la sangre. En el interior de las casas agitaron hojas especiales sumergidas en la sangre para ahuyentar a los espíritus malignos. Clavaron una figura de palo de una persona en la jamba de la puerta, aplicaron sangre y luego montaron una pequeña cesta de comida.
Abriéndose paso sistemáticamente a través de la aldea, llegaron al río. Hicieron una balsa en la cual colocaron ofrendas de muestras cocidas de arroces secretos, e incluyeron su normal arroz blanco, arroz rojo, arroz negro y arroz amarillo. Todo lo rociaron con sangre. Con sus dientes mordían un machete especial mientras lavaban en el río. Empujando la balsa con el machete, la enviaron flotando río abajo, con la esperanza de que los espíritus de los muertos y la enfermedad se irían detrás de ella hasta el lugar de donde creen que todo vino. El ejército de madera abajo de la aldea era para impedir el regreso de la enfermedad y de los espíritus malignos.
Sus creencias los mantienen firmemente en constantes borracheras, inmoralidad y conflictos. Los rituales requieren constante trabajo para recolectar alimentos, hacer decoraciones y realizar ceremonias para apaciguar a los espíritus de los muertos en un intento por mantener con vida a los vivos.
únicamente la obra del Espíritu Santo de Dios por medio de la presentación de la Palabra de Dios escrita podía traer verdad transformadora a las vidas de la gente da’an. Un equipo de personas sería necesario para llevarles la verdad.
Para que el pueblo da’an entendiera la identidad y el carácter del Dios que los creó, algunos en el equipo de los cristianos tendrían que traducir porciones claves de la Biblia. Algunos también tendrían que enseñar. Otros tendrían que comprar alimentos, empacar cajas y enviar suministros. Algunos tendrían que pilotar un avión. Otros tendrían que llevar la contabilidad. Otros tendrían que enviar apoyo mediante donaciones y asistencia logística. Todos en el equipo de los cristianos tendrían que orar.
Para alcanzar al pueblo da’an se requería de un equipo de cristianos que enviara y apoyara a mensajeros con el fin de comunicar el mensaje de la gracia de Dios.
Nosotros fuimos parte de ese equipo. Vivir entre la gente da’an para aprender su lengua y su cosmovisión era necesario para poder comunicarles eficazmente las verdades de la Palabra de Dios. Viajando por ríos para conseguir combustible, suministros y medicamentos, cruzamos sus barreras espirituales y oramos.
El Evangelio fue presentado con un gran costo. El discipulado cuesta más. Los apoyadores de muchas iglesias perseveraron con donaciones y oración.
La meta es la madurez espiritual de la iglesia da’an. Preparar a la gente da’an para que hiciera la obra del ministerio era el objetivo. Ellos también podían representar a Cristo como Sus embajadores ante la gente de su alrededor.
Al trabajar con la gente da’an, las enfermedades comunes de la selva azotaron a todos los misioneros y sus familias en un tiempo o en otro. Malaria, filariasis, hepatitis, dengue, escarlatina y las infecciones frecuentes de la vida en la selva eran comunes.
Entre las familias misioneras que sirven al pueblo da’an, una familia joven se marchó después de mucha lucha con las tensiones. Una esposa misionera estuvo a punto de morir allí y no pudo regresar. A un esposo le cayó un árbol encima y le fracturó la columna. Otra esposa batalló contra el cáncer, perseverando en el ministerio después de su recuperación hasta que su esposo murió de un tumor cerebral. Solamente el año pasado otro esposo misionero murió de un ataque cardiaco a la edad de 36. Estaba trabajando en la traducción de la Biblia al da’an. Al esposo misionero que queda le han diagnosticado un aneurisma en la aorta.
¿Valía, y vale la pena?
La mejor pregunta es esta: ¿Vale la pena Jesús?
¡La respuesta es SÍ! ¡Jesús es digno del costo de proclamar Su gloria en los lugares más remotos de la tierra!
Hoy día hay iglesias de cristianos creyentes de la Biblia entre el pueblo da’an. Habrá representantes del idioma da’an cantando alabanzas en torno al trono de nuestro Salvador cuando lleguemos allí. El testimonio de la gracia de Dios en la iglesia da’an continúa.
La iglesia da’an aún no tiene un Nuevo Testamento completo en su lengua. ¿Orarás por ellos?
Hay muchos más grupos étnicos como el da’an, los cuales están esperando a que alguien les lleve el Camino, la Verdad y la Vida. Están esperando a que un equipo de cristianos invierta en su futuro eterno. Algunos han estado pidiendo misioneros durante años para que vayan y les hablen de Dios en su propia lengua. Cada uno de ellos requerirá de una inversión medida en años. Tal vez por eso están incluidos entre “los menos alcanzados”. Aún no hay suficientes cristianos que hayan captado la visión para suplir las demandas. ¡Se necesitan miembros para el equipo!
Diana y yo estamos trabajando desarrollando el equipo. Así como a nosotros nos enseñaron la Palabra de Dios y nos mostraron las oportunidades para participar alcanzando con el Evangelio a los “pueblos menos alcanzados”, ahora tenemos la oportunidad de ayudar a otros a involucrarse.
New Tribes Mission tiene capacitación eficaz in situ para preparar a los mensajeros. Personas con diferentes tipos de capacidades se necesitan como parte del equipo. Personas e iglesias que envíen y oren también son muy necesarias.
Aunque confiamos en Dios para cumplir Sus propósitos, el lado de las obras de una fe viva exige que se hable Su Palabra a personas que la escuchen, que hablemos acerca de las gentes a las que Él ama y que viven en lugares remotos de la tierra, que mostremos a las iglesias cómo pueden participar y que presentemos la oportunidad de servir a los mensajeros que llevarán vida a los que están espiritualmente muertos.
¿Nos ayudarás como parte del equipo que envía la Palabra de Dios a grupos étnicos que no conocen Su nombre?
¡Jesús es digno de eso!
¡Gracias por orar y trabajar con nosotros!
Randy & Diana Smyth