Un niño de diez años había sido terriblemente herido con punzadas de flecha en su pecho.
Los líderes de la tribu que le describieron las heridas al misionero Scott Phillips insistieron en que era una amenaza de muerte evidente.
El pequeño Mokota vive en una aldea remota de las montañas —una aldea que aún no ha oído la enseñanza bíblica acerca del Creador. Las tribus vecinas tampoco han sido alcanzadas con el Evangelio todavía.
“Una punta de las flechas fue intencionalmente dirigida a su corazón”, le dijeron los indígenas a Scott.
A medida que hablaron, Scott se enteró del resto de la historia.
El pequeño Mokota estaba cazando aves con su hermano mayor, cuando repentinamente fueron sorprendidos y fueron perseguidos por tres hombres de otro clan. El hermano mayor logró escapar, pero las pequeñas piernas de Mokota no dieron abasto.
“Los hombres lo atropellaron”, informa Scott. El niño fue derribado y herido con flechas y luego lo abandonaron dándolo por muerto.
“El clan de Mokota había perdido toda esperanza de que él sobreviviría”, continúa Scott. “El muchacho estaba demasiado lejos en la selva para ser cargado hasta la aldea donde nosotros vivimos, a fin de llevarlo en helicóptero hasta el hospital”.
Para empeorar las cosas, los hombres habían quebrado los vástagos de las flechas que Mokota tenía en la espalda y en el pecho, con la intención de que muriera. El padre del niño y otros hombres lograron sacar dos de las puntas de las flechas de su cuerpo débil.
Pero Scott dice que la tercera punta estaba demasiado profunda para ser quitada. Los médicos que Scott llamó le dijeron qué medicamentos debía enviar a la aldea para evitar que esa herida se gangrenara. También le dieron las tristes noticias de que era muy probable que Mokota muriera dentro de dos o tres semanas.
“Nosotros empezamos a orar”, comparte Scott, “y también animamos a los creyentes daos a orar por su sanación”.
Pasaron diez meses.
Y la semana pasada, comenta Scott, Mokota se paró ante él. Algunos creyentes de una aldea cercana a su casa lo habían traído para que participara en la enseñanza bíblica.
Las cicatrices en su pecho y en su espalda confirmaban el horror del feroz ataque al que había sobrevivido.
Mokota, explica Scott, había venido porque “había oído que nosotros estamos enseñando del Libro del Creador y quería escuchar lo que Su Creador tiene para decir”.
Y, felizmente, Mokota no fue el único que vino de su clan. “Una cantidad de personas de esa misma zona bajó para unirse a las clases. Aun el jefe de esa zona… bajó a visitarnos”.
Resultó que el jefe vino especialmente a pedirnos que alguien fuera a enseñar en su aldea a fin de que su clan pudiera oír las palabras de su Creador.
Dios está obrando entre la gente dao. Aun en el mal vengativo sufrido por el niño, la gracia redentora de Dios está obrando, llevando la luz y la verdad de Su Palabra y transformando vidas y culturas.