Fue una invitación que causó cierta aprensión en la misionera Katie Moore. Ella se dirigía a su casa y algunas chicas nahuatles de su vecindario le hicieron señas para que se acercara a su verja. Ellas le pidieron que entrara un momento y compartiera unos chicharrones caseros de cerdo con ellas.
“A mí me gusta llamar a los chicharrones: ‘triquinosis frita’”, comenta Katie a modo de broma.
Pero Katie aceptó la invitación.
El ambiente para este compañerismo dejaba un poco que desear. La cabeza del cerdo sobresalía prominentemente, adornada con suciedad y moscas. En un envase viejo de yogur que había cerca, vislumbró cuatro pezuñas.
“Y”, explica Katie, “en medio de un círculo de sillas había una palangana enorme llena de trozos de cuero de cerdo fritos, algunos todavía con una buena cantidad de pelo”.
Katie comparte abiertamente sus reacciones. Comer lo que la gente del pueblo le ofrece normalmente es la parte difícil del compañerismo y del fomento de amistades.
Es difícil porque ella no es muy aficionada a muchas comidas que obviamente son manjares para la gente nahuatl. Es difícil porque a ella le preocupa enfermarse —moscas y manos no lavadas son evidentes en todas partes. Y, añade Katie, es difícil porque ella sabe que ellos tienen muy poca comida. A ella le molesta aceptar comida de gente que a veces tiene que aguantar hambre.
“Entonces ¿simplemente por qué no digo no? ¿Por qué no invento alguna excusa? ¿Por qué no digo que estoy llena?” pregunta Katie.
Ella acepta sus ofrecimientos debido a lo que motiva la generosidad de sus amigos del pueblo. “Ellos me están ofreciendo amistad, una oportunidad de ser parte de la comunidad —lo mejor que tienen para dar”, explica Katie.
Y el amor que Dios le ha dado a ella por la gente nahuatl la ayuda a aceptar esa realidad.
Katie espera que llegue el día cuando las buenas nuevas de Cristo impacten la cultura y la comunidad de sus amigos nahuatles. Ella ora e invierte su vida con miras a aquel día en que pueda partir el pan con los primeros nahuatles que crean en Jesús.
“Hasta entonces”, comenta Katie, “de buena gana comeré guisados grasosos, colada de avena llena de grumos y chicharrones de cerdo peludos para volverme nahuatl —por causa del Evangelio”.