El piloto misionero Brian Pruett quedó impactado con una noticia alarmante: El Súper Tifón Pablo se acercaba.
Brian se puso a trabajar. Comenzó a cortar un cacharro viejo para hacer seguros para los controles con la esperanza de que ayudaran a evitar que los fuertes vientos batieran los controles de vuelo.
“Nosotros vivimos en las montañas, hacia el centro de una isla grande”, informa Brian. “Consecuentemente, nunca tenemos que lidiar con tifones porque normalmente éstos son forzados a pasar al norte de nosotros o se disipan casi por completo cuando cruzan la parte oriental de la isla para llegar donde nosotros”.
De modo que ustedes pueden imaginar el impacto que Brian y su esposa, Bailey, sintieron cuando se enteraron del pronóstico de que su sitio se encontraba directamente en el camino de un “súper tifón”, el más grande que alguna vez fuera a azotar esa parte del mundo.
“Cuando comprendimos la gravedad de la situación”, continúa Brian, “comenzamos a sentirnos muy impotentes. No sólo estábamos en medio de una isla y sin tener a dónde correr, sino que nuestro avión estaba bajo un gran techo de metal sin paredes”.
Fue en ese momento que Brian decidió conducir su auto hasta el hangar y fabricar barras para los controles de vuelo en un esfuerzo por evitar que fueran batidos por el viento. Ató el avión lo mejor que pudo con diversos materiales del hangar.
A la mañana siguiente, los vientos alcanzaban más de 300 km por hora donde el tifón tocaba tierra. Brian y Joel Davis, el otro piloto de la región, regresaron al avión para ponerle más reatas en un intento por sujetarlo.
“Ahora que el avión estaba amarrado con tanta seguridad”, admite Brian, “tenía la certeza de que sería destruido con los escombros flotantes de la tormenta”.
Entonces, sintiéndose incapaz, Brian oró para que Dios protegiera Su avión. Luego regresó a casa donde su familia y esperó a que la tormenta pasara.
Fue un fenómeno intenso.
Cuando los vientos empezaron a amainar, Brian y Joel regresaron a ver el avión. Fue entonces que empezaron a ver los daños de la tormenta. Estimaron que el ojo de la tormenta había pasado en algún punto entre sus casas y el hangar. Los campos estaban arrasados, todas las matas de plátano habían sido partidas por la mitad. Otros árboles de tres pulgadas de diámetro habían sido desarraigados o partidos por la mitad.
Brian y Joel se acercaron al hangar con recelo, imaginando la devastación que encontrarían allí.
Para sorpresa suya, “¡todo estaba intacto! Aun el techo de hojalata del hangar no había sufrido daños”, comenta Brian. Con asombro vio que el avión no se había movido ni un centímetro.
“No sufrió ni un rasguño”, informa él.
¡El avión de Dios estaba a salvo!
Y Brian tiene algo para añadir: “Fue alentador ver de primera mano, y recordar, que el viento y las olas aún obedecen a su Señor”.
Los pilotos misioneros ministran diligentemente todos los días para apoyar a los misioneros que trabajan en lugares remotos.