Cuando el misionero Terry Reed escuchó que un camión se había detenido en la entrada, supo que el día “normal” de la familia se había acabado.
Un hombre joven estaba buscando analgésicos para su madre, a la cual le dolía una rodilla. La querida creyente se había caído y se había cortado la rodilla con una piedra. Por temor a ser suturada, ella decidió que iba a intentar aguantar el dolor. Por solicitud de Terry, la mujer fue llevada donde los misioneros para poder examinarla en un ambiente más limpio.
Terry concluyó que la gran cortadura le iba a dejar una cicatriz muy fea si no se le hacía algún tipo de intervención. Decidió que había que ponerle puntos, a pesar de que la herida había ocurrido hacía más de 36 horas.
“Desafortunadamente para ella, los únicos anestésicos que teníamos a la mano habían expirado en 2007”, informó Terry. “Emilia fue muy valiente y toleró más dolor del que la mayoría de nosotros puede soportar. Ella estuvo a punto de desmayarse varias veces, y no podía evitar llorar, pero finalmente el anestésico comenzó a surtir efecto y pudimos empezar a suturarla”.
Inmediatamente después de terminar el procedimiento médico y ayudar a poner en camino a casa a la mujer, llegó la noticia de que una de las cabras del equipo estaba pariendo.
“Nosotros utilizamos las cabras para producir leche, la cual usamos en los jabones que los guarijíos están aprendiendo a manufacturar”, comentó Terry.
El colega misionero Dennis Bender, quien tiene mucha experiencia con vacas lecheras, estaba cerca cuando la cabra comenzó a parir. La cabeza del cabrito estaba doblada hacia atrás, haciendo que se atascara. Dennis y su esposa, Machelle, trataron durante horas de salvar la vida del cabrito y de la madre, pero fue en vano.
Mientras ocurría el episodio de la cabra, el anciano Bonifacio llegó en mala condición. Terry le acercó una silla a este hombre que ha tenido problemas para caminar durante varios años. El hombre tenía hambre y sed y no tuvo suficiente fuerza para caminar los últimos 30 metros hasta la casa de los Reed.
Después de darle comida y agua, Terry lo acompañó hasta la casa.
“Él me dijo que había perdido las llaves del candado de la puerta de su casa y se había visto obligado a pasar la noche afuera”, informó Terry.
Debido a su dificultad para caminar y su pobre visión, y como no tenía una linterna, no pudo salir en busca de ayuda. No tenía una manera de hacer una fogata para calentarse, y aunque no estuvo súper fría, evidentemente fue una noche muy difícil para él.
Terry cambió el candado de la puerta de Bonifacio, y guardó una llave de repuesto, por si las moscas.
“Por favor, oren por Bonifacio”, pidió Terry. “Parece que él se está acercando al final de su carrera aquí en la tierra y está a punto de pasar a la eternidad con su Salvador”.
“Los días no transcurren como nosotros imaginamos”, concluyó Terry, “y a veces parece que el mundo entero se nos viene encima, pero estamos felices de poder estar aquí, y de ser parte de lo que Dios está haciendo entre los guarijíos”.