El misionero despertó súbitamente.
Alguien estaba llamando a la puerta de su casa de la aldea tribal.
“Yo salí medio dormido de mi cama y encontré a Herbert en la puerta de nuestro porche”, informó el misionero. “Abrí la puerta y él subió los escalones del porche y se sentó en la oscuridad. Realmente no sabía qué estaba pasando. Lo único que podía pensar era que era una hora extraña para venir a visitar”.
Herbert comenzó a mascullar en español, pasando arbitrariamente de un tema extraño a otro tema extraño. Finalmente el misionero se dio cuenta de que Herbert había bebido mucha piyarentsi, una bebida de mandioca fermentada.
El misionero no sabía mucho español, pero suplía lo que faltaba con portugués y empezó a explicarle el Evangelio. Él todavía está aprendiendo el idioma que hablan Herbert y su pueblo.
“Herbert estaba mudo como una piedra y yo comencé a hablar más rápido y solté mi lengua y realmente empecé a predicarle”, informó el misionero. “Mientras compartía con él, pensé para mis adentros: ‘Ah, realmente está escuchando’. Yo continué durante algunos minutos y luego encendí la linterna, sólo para descubrir que Herbert dormía profundamente enfrente de mí”.
Después de mucho esfuerzo, él logró despertar a Herbert.
“Antes de alejarse de mi casa esa noche, Herbert rompió a llorar y dijo: ‘Yo no tengo ningún valor… ¡No valgo nada!’”, informó el misionero. “Me sentí muy incapaz, pues no podía decirle en su propio idioma cuánto lo amaba Dios, y que él es muy valioso a Sus ojos”.
Los misioneros al pueblo de Herbert “anhelamos que llegue el día en que podamos comunicarles el Evangelio”. Por favor, oren por ellos mientras aprenden diligentemente la cultura y el idioma de la tribu.