16 de mayo, 2018
En las montañas remotas de Papúa Nueva Guinea unos pocos hombres tribales se reunieron rápidamente alrededor de una fogata dentro de la choza de los espíritus, ansiosos por escuchar la noticia.
—No puedo creer que por fin esté pasando, —dijo un joven musculoso de piel oscura llamado Yoku—.
Su mirada atravesó la nube de humo en dirección al hombre más joven y de hombros estrechos que había llegado del pueblo más cercano con la noticia.
—Cuéntanos todo.
Los ojos de Lefa recorrieron rápidamente la audiencia para saborear la ansiosa atención de sus parientes.
—Los womwe han recibido nuestra solicitud de ayuda y van a venir en avión aquí para reunirse con nosotros.
Yoku aspiró aire en su boca a través de los dientes cerrados, haciendo un sonido sibilante para mostrar su asombro.
—Seguramente traerán sus medicamentos; y la espina.
—Espero que traigan un machete, —dijo Eyaka, el hermano pre-adolescente de Yoku—.
—O ropa, o quizá una olla de cocina, —agregó su padre de pelo gris—.
—¡Estoy ansioso por ver personalmente a un womwe! —dijo Yoku; pero me pregunto si…
Su frase fue interrumpida por una risa incómoda de Lefa.
—Yo también quiero ver a uno, —dijo él, pero la idea de que ellos vengan aquí me asusta. He oído que su piel es horriblemente pálida, como los espíritus más aterradores; incluso me pregunto si son humanos.
Al finalizar la tarde, cuando el sonido agudo de las cigarras indicaba una oscuridad inminente, Loyu, el patriarca de la casa con techo de hojas de los espíritus de Pandanus se dirigió al grupo de aproximadamente treinta hombres y niños que habían venido de aldeas dispersas para escuchar la noticia.
—Aquí está, —dijo él—, el momento que hemos estado esperando.
Loyu hizo una pausa, observando a los hombres conocidos que se habían reunido, la mayoría de ellos parientes.
—Hemos vivido demasiado tiempo bajo la oscuridad del follaje de la selva, pero ahora vienen los womwe a vivir con nosotros para traernos la luz.
Apenas salieron las palabras de su boca, hubo un silbido de sorpresa y emoción procedente de todas las direcciones.
—Durante muchas temporadas, —continuó Loyu—, Sefen ha caminado a través de las montañas, para pedirles a los womwe que vengan. Y Samon ha enviado cartas desde la ciudad, pidiendo su ayuda. Finalmente ellos han respondido a nuestra invitación y,
Loyu hizo una pausa para producir un efecto y paseó su mirada por los rostros de todos.
—La próxima semana llegarán.
El sitio explotó de emoción; los hombres le hacían preguntas a Loyu desde todos los rincones de la casa. Él reía, disfrutando de la atención, y se detuvo un momento para sacar una hoja de tabaco de su bolsa tejida con el fin de enrollar un nuevo cigarrillo.
¿Van a venir en su helicóptero? ¿Traerán medicamentos? ¿Es es en este momento que vamos a conseguir hachas de hierro de los espíritus? ¿Y si tratan de robar nuestros huertos, nuestras casas y nuestras esposas? ¿Cómo podemos saber cuáles son sus intenciones? ¿Y si se convierten en serpientes por la noche y nos devoran? La última pregunta produjo un silencio incómodo, provocando un miedo que parecía mezclarse con el humo siempre presente de las brasas de los cuatro fogones. Finalmente, Sefen rompió el silencio:
—Sé que hay riesgos, —comentó.
Se aclaró la garganta y continuó:
—Es cierto, no sabemos mucho acerca de ellos, pero no creo que debamos preocuparnos. Mi hermano del otro lado de las montañas dice que los womwe que viven con él en Malamant nunca se han convertido en serpientes espirituales; dice que no hacen nada para dañar a los aldeanos.
Sefen se detuvo cuando unos muchachos entraron por la puerta abierta y dejaron caer grandes trozos de leña sobre el piso de tabla, haciendo aullar y correr hacia un rincón a un perro que dormía. Sefen llevó un par de los trozos más pequeños al fogón más cercano y los puso entre las brasas, soplando suavemente. Después de unos segundos, el musgo seco de la corteza estalló en llamas, arrojando un resplandor brillante en las caras cercanas.
—Este es el asunto, —continuó Sefen—, ¿queremos continuar en la oscuridad en la que nos dejaron atrapados nuestros antepasados? ¡Podemos ver claramente los resultados! Al igual que ellos, no tenemos el poder para detener la muerte. Tenemos tumbas nuevas en todas partes, desde los picos de las montañas hasta el valle del río Taiya abajo. Los hewas solíamos ser un pueblo fuerte; teníamos muchos guerreros altos, pero ahora la oscuridad nos ha vencido
—Es cierto, —dijo Yoku. Míranos ahora; somos solo unas pocas personas, como perros sarnosos en nuestras pequeñas chozas, vulnerables a los espíritus que vuelan alrededor en la oscuridad, como murciélagos gigantes que nos comen uno a uno.
El viejo Loyu se estremeció y dejó caer un pedazo grande de un tronco en las llamas, haciendo que saltara una lluvia de chispas hacia arriba, rebotando como cientos de luciérnagas borrachas lejos de la parte inferior de la parrilla que estaba sobre el fogón.
—Sí, —dijo él. Los womwe son nuestra única esperanza de sobrevivir. No tenemos ninguna magia tan fuerte como su espina brillante para detener la muerte. Nuestros chamanes lo único que quisieran es tener ese tipo de poder. Digo que los dejemos vivir con nosotros.
—Démosles tierra, —dijo Wash—, para que tengan un lugar para sus casas y sus huertos.
—Y démosles cualquier otra cosa que pidan, —dijo Sefen; si los hacemos felices, seguramente se quedarán. Seguramente su presencia nos llevará a la luz de la que hablaron nuestros antepasados.
El niño Eyaka se puso de pie y comenzó a saltar gritando:
—¡Voy a conseguir un hacha! ¡Voy a conseguir un hacha!
Toda la gente de la casa estalló en risas. El resto de los chicos se levantó y comenzó a saltar de la emoción, gritando por las cosas que esperaban recibir. Sus espíritus se pusieron efusivos, no tanto por el fuego que ahora era ardiente, sino por la esperanza de que sus vidas serían mejores. Pronto terminaría la muerte, cuando los hewas irrumpieran en una nueva era de luz interminable.
Cuando la gente de la etnia hewa les pidió a los misioneros que fueran a vivir con ellos, esperaban que el Dios de los misioneros pusiera fin a la enfermedad y la muerte, y que también proporcionara un suministro interminable de bienes materiales gratuitos. Más tarde, cuando los misioneros viajaron a la selva en un helicóptero para hablar con los líderes tribales a través de intérpretes, no se dieron cuenta de que cuando los aldeanos les dijeron que querían que los misioneros les llevaran la Luz de las Palabras de Dios, sus sueños eran la antítesis de lo que los misioneros planeaban enseñar. El resultado fue un choque épico de expectativas que trajo mucho más peligro y drama de lo que cualquiera de los dos grupos pudiera haber imaginado.
Extractos tomados de Follaje de Tinieblas.
[…] Vienen los womwe […]