9 de noviembre
…Así que no me sorprendí mucho cuando nueve damas llegaron en fila a la casa de las reuniones, sino simplemente elevé un ´gracias, Señor´. Mientras miraba los rostros conocidos, me preguntaba dónde estaría cada una de ellas en su comprensión del Evangelio. Una bendición adicional fue que Susana acababa de llegar el día anterior de una aldea donde había estado enseñando a los niños.
Sí, puedo decir que la gente oró porque el Señor me ayudó a enseñarles el mensaje del Evangelio, en su propia lengua, resaltando todos los puntos principales que Guillermo había preparado tan cuidadosamente en la lección. Que debido a nuestro pecado, transmitido desde Adán, Dios fue fiel a Su Palabra y envió un Redentor, Su propio Hijo, el cordero sacrificial perfecto para hacer el pago que el Padre exigía, muriendo en nuestro lugar. Y ahora el Padre tenía que apartarse del sufrimiento de Su Hijo, debido a que todos nuestros pecados fueron puestos sobre Él, haciendo que el cielo se oscureciera por tres horas.
Luego, al morir, sucedió; la pesada cortina del templo que impedía que la gente entrara al Lugar Santísimo, fue rasgada de arriba abajo, mostrándole a la humanidad que Jesús era el Camino a Dios el Padre; ya no eran necesarios los corderos sacrificiales. El Padre mostró que aceptaba el derramamiento de la sangre de Su Hijo para perdonar los pecados de todos aquellos que depositaran su fe en Jesús y Su muerte por ellos, concediéndoles vida eterna.
Hay algo acerca de leer la Palabra de Dios en una lengua diferente que hace resaltar verdades que a veces creemos que ya conocemos al dedillo. Cuando estaba preparándome para enseñar la lección, en piapoco, leyendo en Marcos 15 y otros pasajes, estuve a punto de llorar. El sufrimiento y la muerte de Jesús una vez más tuvieron un impacto en mi corazón indigno, y la gracia de Dios para mí me habló grandemente. Cómo quería que tuviera el mismo efecto en las mujeres. Creo que lo hizo, pues sus caras estuvieron serias al oír de Su sufrimiento por ellas.
En lugar de esperar a llegar a la historia de la resurrección en la siguiente semana, seguí adelante y les pregunté si estaban confiando en lo que Jesús hizo en la cruz por ellas. La mayoría intervino a coro, diciendo: ‘Sí, creemos esto, estamos confiando en Jesús’.
‘¿Es cierto? ¿No están confiando en las cosas buenas que hacen para Dios?’, les pregunté; ‘no, ¡estamos confiando en Jesús!’, me aseguraron ellas.
El curso terminó con esa alegre nota, pero Susana y yo planeamos averiguar qué tan bien entiende cada una el mensaje del Evangelio. Gracias por acompañarnos en oración por estas queridas mujeres: Alicia, Ruth, Isadora, Erlí, Noemí, Juanita, María Elena y Francy.
Nota: Más tarde, cuatro de las damas manifestaron de manera individual su fe en Cristo: Alicia, Ruth, María Helena y la joven Erlí.